Sueños, Alejandra María González

Onírico

Sueño campanarios en éxtasis, sueño tu frente que avanza por lejanas provincias cortando rosales.

Sueño tu caballo rindiéndole pleitesía al viento y a ti tomando las riendas con la fuerza del coraje que se instala en tu garganta.

Sueño tu espalda reposada de violines para que escuche tus voces con el color de tu algarabía.

Sueño la espuma de un dios benevolente, la llama imperturbable del próximo prodigio y una bandada de gorriones atraídos por tu vehemencia.

Sueño glorias y ambiciones, noblezas y devociones sagradas, sumisas memorias que se alteran ante tu audacia y se vuelven huracanes.

Sueño hojarascas y ramas para encender, sueño las sombras de tus sombras, señales de una región apagada que da cuenta de tu cruzada y de las barcazas que el tiempo devuelve.

Sueño la espera y la desesperación, la congoja y la inquietud, el grito ancestral de tu caída, la idea infinita del silencio que apabulla, la negación y la muerte.

¿En qué montañas, en qué hoyo negro, en qué ciudad barroca te encontraré?

¿Dónde, desde qué abismo me hablarás con el deseo interminable de esta persecución que no cesa de latir?

Sueño mi cara, mi tiempo y el gesto intenso de apretar los ojos, seguir adentro y habitar esta nebulosa onírica, mientras los inviernos llueven su frialdad y los veranos arden sobre mí.

Ellos

Él se consideraba excéntrico a sus setenta y algo.

Ella erigía su soledad con sus hormonas

a cuestas sacando lustre a sus sesenta y tantos.

Él relamía sus dedos con buen vino y pastas humeantes.

Ella bebía de sus dedos y saboreaba con placer sus artesanales recetas.

( Por cierto ella no era diestra en esos menesteres )

( Por cierto él era avezado en esas lides)

Ella se desnudaba a diario, con total ligereza,

desde el ventrículo izquierdo hasta más abajo del esternón y parte de sus neuronas.

Él removía sus vacilaciones, garabateaba sus miedos

e intentaba besar sus ojos a través del teclado.

Ella arrancaba lejos, inventaba que leía, pero en verdad no se concentraba.

Él la retornaba con el aroma de su parrilla, su amorosa picardía y su apasionado transitar.

Ella traía su copa y hablaban de la huerta que sería imprescindible para colmarlos a ambos.

El la leía atento y fraguaba en su sonrisa una idea delirante.

Ella no quiere subir de talla, él le dice que en la alcoba lo podrán evitar.

Él la escuchó y le cedió la mano.

Ella la tomó y ofreció su frente.

Ellos eran así, ellos se encontraron.

Que arda

Que arda, que sea brasa inextinguible en las gélidas noches de cuerpos sin gloria.

Que lance piedras a los siniestros y arruine cónclaves conspirativos.

Que arrase con la desfachatez de los históricos, con los sillones corruptos y sus redes de peces gordos.

Que arda aún más y que el combate sea salvaje.

Que arda en cada poro encapsulado y que sea rojo sangre.

Que arda desde el color al sonido,

desde la sed al sentido,

desde la línea púrpura que da cobijo hasta la memoria de un ángel.

Que todo arda y la belleza ordene sus intenciones de menos a más,

y despierte a los soles para que caigan escandalosamente sobre el caos, donde Dios es sólo un
vecino.

Beatriz

Ella se triza frente a mi puerta, revolotea en su cubierta cuando las dosis de narcótico se salen de su cauce y amarran su cabello.

Lo hace a diario, sin plano ni proyecto, triza su plato de granos verdes, triza las caléndulas de su huerta, triza el perfume de los gatos y la miel de los trigales.

Vive trizada y desarmada como un globo terráqueo hecho de pampas y glaciares.
Se desliza por el suelo y descomprime patadas, rasguña el mármol, golpea el aire y descuaja los estantes en busca de su veneno.

A veces me arroja a un barrial de ruegos, me araña las piernas con plegarias de espuma, se esconde bajo mi cama y me tiembla el espacio hasta desollarlo.

Y en los momentos en que su /mi niña asoma su carita rosa con el Nilo en sus córneas y los bueyes cargados de bienaventuranzas.

Ella se busca, me busca, me pide un guiso de azafrán y pan de masa madre, me pide un tutú de tafetán y sus zapatillas de punta.

Diluye su esencia en aureolas de algodón y revolotea su cabello bajo la tiara de Cascanueces.
Flota sobre el aroma de la cocina, se desliza a ciegas sobre la jaula de los loros para destronarla, junta carroña para la manada y palos de canela para el cardumen de mariposas que la acompaña.

Ella deja de trizarse por un rato largo y yo la acuno en mi vientre, intentando cruzar la línea del tiempo, donde solo pueda alimentarse de mi placenta.

©Alejandra María González

Alejandra María González Ortega, Santiago de Chile 1968 En 2013 participó en la Antología “12 Poetas Chilenas”, el año 2014 en la Antología Española “Galaxias”, el año 2017 en la Antología Chilena “Debut” y el año 2018 en la Antología Internacional de Poesía feminista IXQUIC. En 2016 se adjudica el Tercer Lugar en el Concurso Internacional de Narrativa y Poesía de Junín ( Buenos Aires ) y el año 2017 el Primer Lugar y dos Menciones Especiales el VIº Concurso Internacional de Poesía de la Sociedad de Escritores Regionales de La Plata, en el año 2019 participa en la Antología “Lluvia de Esperanza” realizada en España y en el año 2021 participa en la Antología chilena “Por una infancia feliz”. Actualmente colabora constantemente con sus textos en la revista digital argentina El último Bastión y trabaja en la edición de su primer libro. Cabe mencionar que casi toda su obra ha publicada en redes sociales principalmente en su perfil de Facebook, desde del año 2015.

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